DIEZ AÑOS DE AQUEL DÍA
10 años de aquellas escaleras de avión. 10 años de
que me cambiara la vida. 10 años de aquella última tarde. Se cumplen 10 años de
aquel 3 de septiembre del año 2009.
Yo no
quería irme de España. Con 15, 16, 17, 20 años, a medida que se van adquiriendo
conocimientos y mayor capacidad de raciocinio, uno se va haciendo preguntas, en
/ de la vida. Una de ésas, sin duda, es si la persona en cuestión se ve
viviendo fuera del país en que en ese momento reside. Mi respuesta interior
durante todos aquellos años fue un “no”, rotundo. Sistemático. Inquebrantable. Siempre
he sido muy casero, muy de mi tierra. Amo, conozco, aprecio y me gusta mucho mi
país. Soy un patriota. Yo me imaginaba viviendo en cualquier ciudad española,
Madrid, Valencia o Barcelona con mayor probabilidad, y en cualquier caso con la
opción de volver cada poco tiempo a ver amigos de mi pueblo, de Hontoria del
Pinar, amigos de Burgos y familia. Yo me imaginaba pudiendo ver con frecuencia el
contraste de amarillo trigo, verde bosque y azul cielo (todos ellos
inmaculados) que ofrece el paisaje de Soria y Burgos.
Es difícil,
a veces, determinar con exactitud en qué momento se produce ese (o esos) acontecimiento/s
que a futuro, marcarán y cambiarán la vida de una persona. Conocer una persona.
Quizás el amor mismo. Un trabajo. Ingreso a un determinado grupo. El click, el
chasquido invisible que lo cambia todo.
En marzo
de 2008, a nivel económico España estaba, sin saberlo, viviendo sus últimos
momentos de plenitud. Acabábamos de votar en las Elecciones Generales de aquel
año, y por lo que me concierne, unos días antes (o después) de votar por correo, acudí a inscribirme
a la oficina de empleo de la Universitat de Barcelona, un mero testeo para
saber si tenía posibilidades reales de quedarme en mi ciudad amada. Mi sorpresa
fue mayúscula cuando en las 24 horas siguientes me llamaron de 3 empresas
distintas ofreciéndome trabajo. Días más tarde, tras la entrevista, una de
ellas, el representante de un gran banco me propuso textualmente “escoger
departamento”.
Lamentablemente
tuve que rechazar la propuesta: tras concluir la beca Séneca en junio, debía
volver a Burgos hasta febrero de 2009 para aprobar las matemáticas de segundo
de carrera que seguía teniendo pendientes en mi último año. Evidentemente, el
banco no estaba por esperarme tanto tiempo. Mi “click”, sin saberlo, se había
producido casi 3 años antes, en junio de 2005, cuando aquel profesor de
matemáticas me suspendió descaradamente un examen de notable (el mismo notable
que, por cierto también injustamente pero esta vez por lo alto, tendría en febrero de 2009, cuando ya daba igual), alegando
incluso que “en septiembre aprobaría fácil”.
Es
imposible adivinar qué habría pasado si hubiera podido quedarme en Barcelona.
Me he hecho muchas veces esa pregunta; pero al final, pese a la más plausible
(perder el empleo poco tiempo después por la crisis), todo son hipótesis.
Lo único
cierto es que en aquel 2008 los acontecimientos empezaron a sucederse con
rapidez, a precipitarse abruptamente y que aunque yo pensaba que estaba todo
controlado, en realidad se me estaba yendo de las manos.
Ya en la
Universidad de Barcelona recuerdo especialmente un profesor de una asignatura
financiera, que sí vio venir la crisis y varias veces nos anticipó en clase que
venía una buena. Cuando volví a Burgos no encontré el trabajo de verano (ningún
trabajo, en realidad) que buscaba ese año.
Y entonces, en esa voladura controlada, me
concedieron la beca Erasmus que había solicitado durante el año, para ir a
estudiar a Bélgica. Aquella beca garantizaba prácticas en el extranjero durante
3 meses, cosa que, infeliz de mí, esperaba que sirviera para las empresas
fijaran la atención en mi currículum.
Hubo todavía
una última opción cuando a finales de agosto, apenas 3-4 días antes de
marcharme, me llamaron de una empresa de Burgos para decirme que el trabajo era
mío: había hecho el proceso de selección en junio. Ni me acordaba ya. Pero
todos los preparativos para mi, en principio, corta estancia en Bruselas
estaban ultimados y cerrados, con lo que rechacé la opción de quedarme en
tierra y monté al barco a punto de zarpar para el que ya tenía billete. La voladura
controlada se había convertido en una huida hacia adelante que ni en
lo más recóndito de mis entrañas podía imaginar adónde me iba a llevar.
Y sobre todo: que el billete era de ida pero, sin
saberlo, no de vuelta.
Lo
siguiente que recuerdo son 5 años durísimos, extenuantes, brutales por momentos
(hasta julio de 2015, de hecho), de múltiples dificultades a las que se sumó
una descorazonadora inestabilidad en todos los terrenos, incluido el laboral en
el primero y en los 2 últimos años de ese largo período.
Debo mucho
a mi jefe en aquella época, que por suerte lo fue durante muchos años, siete. Al
menos tuve tiempo de aprender e interiorizar mucho. Le debo mucho porque apostó
por mí a ojos ciegos, porque confió.
El primer
recuerdo de Bruselas es una ciudad gris, oscura, sucia, triste, lloviendo.
Montado en aquel taxi que, desde la Gare du Midi nos llevó primero a mí y luego
a los otros dos estudiantes Erasmus, a nuestros respectivos apartamentos (léase
habitaciones).
Hace 10
años, a estas mismas horas, intranquilo, ya estaba dando vueltas en aquel
diminuto colchón, sin poder dormir, solo, extrañándolo todo, añorando el país
del que no me quería marchar. Planificando las necesarias compras del día
siguiente, viernes. Ignorante a los siguientes cinco años. Totalmente ajeno a
lo que estaba por venir. Se cumplen 10 años de aquella última tarde viviendo
oficialmente en España, de aquella última tarde soleada, donde el cielo
despejado de Madrid (impoluto, como en Castilla) permitía que el Sol me bañara por última vez, en el aeropuerto de Barajas, mientras subía las escaleras de aquel avión; permitiendo que el Sol me diera
ese último recuerdo viviendo en mi país.
Se cumplen
10 años de aquel 3 de septiembre del 2009.
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